Tal como aconteció durante los megaincendios forestales que azotaron toda la zona centro-sur de Chile en el verano de 2017, estos días las redes sociales se han visto saturadas de noticias falsas (lo que, al mismo tiempo, ha permitido que eclosionen algunas notables iniciativas de chequeo de datos, como lo que ha realizado La Tercera).
El fenómeno de la difusión de noticias falsas no es nuevo, ciertamente. Un ejemplo “moderno” es lo que efectuó la CIA en Guatemala, en 1954, cuando el entonces novel agente David A. Phillips, que antes había trabajado en Santiago y que volvería a ser actor fundamental en Chile entre 1970 y 1973, invadió a la población civil con noticias falsas, que permitieron el derrocamiento del gobierno de Jacobo Arbenz.
No obstante, la simple mentira con fines propagandísticos mutó en algo nuevo a partir de lo que se denomina la posverdad. Sí, muchas personas creen que esto no es más que un invento academicista, pero va más allá de eso.
De hecho, el mismo concepto indica algo. Si bien la palabra “verdad” es casi indefinible y tiene miles de acepciones, sobre todo desde la perspectiva de la filosofía e incluso desde la física, hasta hace algunos pocos años existía una suerte de consenso en orden a que había ciertos hechos más o menos objetivables, sobre los cuales todos nos referíamos del mismo modo.
Sin embargo, las cosas han cambiado y las causas son muchas, pero entre ellas (según detalla Lee McIntyre en su libro “Posverdad”) se encuentran la posmodernidad y la idea de la deconstrucción, el negacionismo de la ciencia, el declive de los medios tradicionales y, asociado a ello, el auge de las redes sociales. Todo ello ha contribuido a que la verdad ya no tenga el mismo valor que antes.
Al mismo tiempo, como señala uno de los primeros autores en usar el concepto de posverdad, Ralph Keyes, la mentira no posee el estigma que tenía antes. Ya no hay pudor en mentir en forma abierta, a tal punto que Keyes señala que a todo nivel existe una suerte de banalización de la deshonestidad.
Lo que creo y siento
La definición de la posverdad, según el Diccionario Oxford, es que esta es una circunstancia en la cual las creencias personales o emociones tienen más valor que los hechos. Esa circunstancia, además, es alimentada por las redes sociales.
En uno de los estudios pioneros sobre el tema, el físico teórico chileno Cristian Huepe, junto a colegas suyos del Instituto Max Planck de Alemania y de la Universidad de Bristol, hizo presente la existencia de un fenómeno denominado “homofilia” en el funcionamiento de las redes sociales, que básicamente consiste en el descarte de aquellas ideas que son opuestas a las nuestras y la búsqueda de las que sí son afines.
Esa tendencia natural a aferrarse a lo que se cree, se ve alimentada, como lo descubrió Huepe, por los algoritmos de las redes sociales. Como dijo él mismo en una columna de opinión escrita para el CEP, la homofilia tiene como resultado “que una creencia que se asume como verdadera en el grupo social más cercano reciba constantes refuerzos por medio de la información redundante que circula a través de él, lo que puede producir grandes diferencias entre lo que cree el grupo y la realidad”.
Debido a ello, cada día es más raro encontrar a alguien que entre sus amistades en redes sociales tenga a personas de pensamientos políticos, religiosos o de cualquier tipo que le sean contrarios, actitud que ha sido fomentada por las grandes compañías de redes sociales, al crear algoritmos (sobre todo en el caso de Facebook) que, además de publicidad a la medida, ofrecen “amistad” con personas de pensamientos afines.
De ese modo, si en mi muro de Facebook todos dan por cierta alguna información, ¿por qué debería yo dudar de ella? El resultado de todo ello es, claro, una polarización brutal, como también lo señaló Huepe, producto, en general, de las Fake News, pasto que alimenta los muros de los fanáticos de uno y otro bando.
Las noticias falsas y las Fake News
En la escasa literatura especializada que existe al respecto, se ha comenzado a usar el anglicismo “Fake News” para efectuar una distinción de las clásicas noticias falsas. Claro, las palabras son las mismas, aunque en idiomas distintos, pero como apunta el profesor Axel Gelfert, de la Universidad Técnica de Berlín, con “Fake news” deberíamos referirnos exclusivamente a aquellas noticias falsas “de diseño”, confeccionadas con el fin de manipular los procesos cognitivos de la audiencia.
En otras palabras, no se refiere a la información errada, a los chismes que circulan con afanes morbosos o a las informaciones erróneas, sino a las “noticias” o memes confeccionados por lo general con fines políticos, muchos de ellos generados en verdaderas fábricas de noticias falsas, como la que quedó en descubierto en San Petersburgo (Rusia) durante la investigación del fiscal especial Robert Mueller, en Estados Unidos, o las otras que se conoce existen en lugares tan insólitos como Kazajastán. Recientemente, la inteligencia norteamericana denunció haber detectado mucha actividad en redes sociales, originada en Rusia, respecto de lo que sucede en Chile, lo que no debería sorprendernos. Lo interesante sería saber quién está pagando esa cuenta.
Pese a la escasa vida que estas fábricas de noticias falsas han tenido, ya sabemos de sus efectos en procesos eleccionarios de gran nivel. Existe un estudio relativo a las Fake News en Twitter, publicado el año pasado en la revista Science, que establece que estas se difunden “significativamente más lejos, más rápido, más profunda y ampliamente” que las verdaderas. Si bien ello abarca todas las informaciones falsas, el efecto es mucho más pronunciado en el caso de las Fake News políticas.
Un ejemplo contundente al respecto es lo que sucedió en Estados Unidos y en el Brexit, sobre todo por el influjo de Cambridge Analytica, que usó la información que le proporcionaba Facebook para construir perfiles de posibles votantes y realizar microtargeting, inundando a esas personas con informaciones falsas especialmente construidas para ellas, con un nivel de precisión escabroso.
Como dice Stephen Falloway en su libro “Four: el ADN secreto de Amazon, Apple, Facebook y Apple”, con 150 “me gusta” del perfil de cualquier persona, el sistema de análisis conductual que usaba Cambridge Analytica era capaz de “predecir la personalidad de un usuario mejor que su pareja. Conociendo 300, le entendía mejor de lo que se entiende a sí mismo”.